Jordi Quixano
El Pais
Acostumbrados los futbolistas a vivir entre agasajos y regalos, entre piropos y opulencia, es comprensible que se les dispare el ego. Los hay, sin embargo, humildes, sencillos. Y Moi es especial; es el mejor cerebro. "¿Qué harías si fueras el presidente del gobierno?", le pregunté un día. "Trataría con más delicadeza el tema de los inmigrantes, exigiría una mayor pensión a los jubilados, bajaría el precio de las hipotecas…", contestó sin dudar, como si estuviéramos en el bar de la universidad o en un aula de debate. Pero estábamos sobre el césped de la ciudad deportiva del Espanyol, justo después de acabar un entrenamiento y la jornada anterior a batirse con el Zaragoza en la final de la Copa del Rey de 2006. "Todos los entrenadores deberíamos tener un hobby. El mío, es el fútbol", convino Joe Mercer, entrenador del Manchester City en la década de 1960. Moisés, por fortuna, tiene muchos. Le apasiona la música, le seduce la política, le cosquillea la escritura…Y se alimenta de fútbol.
La eclosión de Moisés se entiende desde el raciocinio. No tiene un disparo sensacional y menos posee un regate desequilibrante. Carece de una técnica de dibujos animados y adolece de un remate oportunista. Pero no le falta de nada. Entre otras cosas, porque le sobra cerebro. Moi sabe dónde pasar antes de recibir el balón y cómo desatascar el juego. Entiende que más vale un pase seguro que uno bonito y sin éxito. Acepta que, en ocasiones, es mejor una cobertura defensiva que una carrera menos. Conviene que un equipo funciona mejor con las líneas compactas, con una presión organizada y con variedad ofensiva entre el juego interior y exterior. Conoce, en resumidas cuentas, el juego. Quizá no brille como otros, pero su aportación resulta imprescindible porque tiene el campo metido en la cabeza. De ahí que le sitúen como medio centro, como el cerebro del equipo. Un puesto hecho a su medida.
Jordi Quixano
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