Toni Segarra 06/05/07
La discusión sobre la existencia de un ser superior que rige nuestros destinos es antigua y llena de argumentos a favor y en contra que no pasan de ser eso: argumentos. Nosotros, quienes compartimos la fe blanca y azul, sabemos de sobra, porque tenemos pruebas de sobra, que el tal Dios no es ninguna entelequia, que tiene muy mala leche, y que es profundamente periquito.
Sólo así se explica lo inexplicable.
Así se explica, por ejemplo, que juguemos las semifinales de la UEFA contra un equipo alemán (Werder Bremen) y les ganemos, qué casualidad, por tres cero en el partido de ida.
Me diréis que, estando el Bayer Leverkusen en el ajo, un verdadero Dios nos hubiera hecho enfrentar a ellos, y en la final. Error. Las cosas bien hechas pasaban por un equipo alemán poderoso, que diese miedo (acojonar es algo muy divino). Y pasaban por un partido de vuelta. Allí.
La escena de dolor y éxtasis nunca jamás igualada del partido contra la Real del año pasado sólo puede tener una explicación sobrenatural. No hay otra.
No. Nuestro reino no es de este mundo (deportivo).
Por eso no nos gobiernan gestores, sino mesías, profetas bíblicos, sacerdotes de la fe.
Por eso Coro se llama Coro (¿o no son las voces celestiales y armónicas de los ángeles lo que escuchamos cuando marca?).
Por eso aparecemos poco en los medios deportivos, y en las secciones de deporte de los demás medios, porque lo nuestro debería ocupar espacio (mucho) en las páginas de religión.
Por eso nadie nos entiende, porque no es posible. Se cree o no se cree.
Por eso son nuestros sufrimientos tan terribles, pero también tan inmensos e incomprensibles nuestros gozos. Como los de ahora mismo.
Por eso, finalmente, fuimos expulsados de nuestros santos lugares y vagamos perdidos.
Y por eso caminamos todos juntos hacia la Tierra Prometida liderados por un buen tipo que se llama Moisés.
La discusión sobre la existencia de un ser superior que rige nuestros destinos es antigua y llena de argumentos a favor y en contra que no pasan de ser eso: argumentos. Nosotros, quienes compartimos la fe blanca y azul, sabemos de sobra, porque tenemos pruebas de sobra, que el tal Dios no es ninguna entelequia, que tiene muy mala leche, y que es profundamente periquito.
Sólo así se explica lo inexplicable.
Así se explica, por ejemplo, que juguemos las semifinales de la UEFA contra un equipo alemán (Werder Bremen) y les ganemos, qué casualidad, por tres cero en el partido de ida.
Me diréis que, estando el Bayer Leverkusen en el ajo, un verdadero Dios nos hubiera hecho enfrentar a ellos, y en la final. Error. Las cosas bien hechas pasaban por un equipo alemán poderoso, que diese miedo (acojonar es algo muy divino). Y pasaban por un partido de vuelta. Allí.
La escena de dolor y éxtasis nunca jamás igualada del partido contra la Real del año pasado sólo puede tener una explicación sobrenatural. No hay otra.
No. Nuestro reino no es de este mundo (deportivo).
Por eso no nos gobiernan gestores, sino mesías, profetas bíblicos, sacerdotes de la fe.
Por eso Coro se llama Coro (¿o no son las voces celestiales y armónicas de los ángeles lo que escuchamos cuando marca?).
Por eso aparecemos poco en los medios deportivos, y en las secciones de deporte de los demás medios, porque lo nuestro debería ocupar espacio (mucho) en las páginas de religión.
Por eso nadie nos entiende, porque no es posible. Se cree o no se cree.
Por eso son nuestros sufrimientos tan terribles, pero también tan inmensos e incomprensibles nuestros gozos. Como los de ahora mismo.
Por eso, finalmente, fuimos expulsados de nuestros santos lugares y vagamos perdidos.
Y por eso caminamos todos juntos hacia la Tierra Prometida liderados por un buen tipo que se llama Moisés.
Nada es casualidad.