Valverde se ha hecho catedrático en este Espanyol de jugadores recios y serios.
Un portero consagrado (Gorka), un central fantástico (Jarque), un mediocentro poderoso (Moisés, quien tiene un mediocentro tiene un tesoro), un constructor de autopistas sin peaje (De la Peña) y un delantero de referencia (Tamudo). 
Recuerdo perfectamente el vapuleo al Milan de
Sacchi (y al Inter) y el baño al Bayer, que por cierto había eliminado sucesivamente al Barça y al Werder Bremen. Pero también la pesadilla de Leverkusen,
John Lauridsen en la grada,
Clemente amarrando, un 3-0 malgastado entre nervios, errores y conservadurismo. Una derrota histórica, cruel y amarga. Han transcurrido diecinueve años y cientos de jugadores, pero el Espanyol vuelve a llamar a las puertas de la gloria con otro 3-0 a un equipo alemán teóricamente superior. Brillante noche colectiva en Montjuïc, espectaculares desde alfa hasta omega, maestros del saque de esquina milimétrico y del contragolpe eficiente.

El Werder Bremen puso contra las cuerdas al Barça y derrotó al Chelsea en Champions; goleó al Ajax y aún más al AZ, colíderes ambos de la liga holandesa; pelea con el Schalke por el título de Bundesliga y en toda la temporada no había sufrido un resultado como el de anoche (aunque sí un 4-1 ante el Stuttgart). El Werder es una potencia de primera magnitud, pero el Espanyol le ha descalabrado. Lo ha hecho desde la paciencia y el tanteo, sin precipitaciones, agazapándose cuando tocaba, estirándose en el momento adecuado.
Valverde se ha hecho catedrático en este Espanyol de jugadores recios y serios. Un portero consagrado (
Gorka), un central fantástico (
Jarque), un mediocentro poderoso (
Moisés, quien tiene un mediocentro tiene un tesoro), un constructor de autopistas sin pejae (
De la Peña) y un delantero de referencia (
Tamudo).

Pero no sólo esa columna vertebral, sino bastante más: el acierto del pichichi
Pandiani (11 goles), el potencial de un
Riera resucitado, la resistencia anaeróbica de
Rufete, las pausas, el ritmo, el control de los tiempos, el aprendizaje tras la casi remontada del Benfica, la lectura de
Valverde, cambios idóneos en instantes precisos. Este Espanyol que se ha jugado la temporada a la sola carta europea se está haciendo mayor a pasos agigantados. Ahora queda otra vez lo más duro, el Weserstadion hirviente, sin
Moisés ni
Pandiani sancionados y con el fantasma de 1988 en el cerebro, pero con una madurez tranquilizadora en el equipo.
Fotos: RCD Espanyol.com - AP - EFE.